Hace tiempo que no me dolía tanto escribir como hoy.
Hace unos días, el bueno de Lucas nos dejó. Tuvimos que dejarlo marchar, porque su pequeño cuerpecito ya no podía más. Un pequeño cuerpecito que, de lo único de lo que entendió toda su vida, era del amor.
A Lucas lo recogieron siendo un jovenzuelo en una carretera de Santiago. Una chica lo vio, desvalido y pidiendo cariño, y decidió ayudarlo. Nos lo trajo con la esperanza de que nosotros pudiésemos darle la vida que se merecía.
Llegados a este punto, debo dejar claro que en esta web nos hemos prohibido las palabras malsonantes, pero el dolor que sentimos todos y cada uno de los que conocimos a Lucas, podría llenar cuatro hojas de insultos al mundo.
Porque Lucas no tuvo la vida que se merecía. Nosotros lo quisimos, sí. Era imposible no hacerlo. Era tranquilo, dulce, sincero. Era entregado. Te seguía en silencio, sin hacer ruido, buscando una caricia cuando tus manos tuviesen un momento libre. Jamás quiso ser protagonista de nada, jamás acaparó la atención de nadie. Él sólo quería que le dedicases un segundo de su tiempo, y eso ya lo hacía feliz.
Pero Lucas se merecía mucho más. Se merecía una cama calentita todas las noches. Unas manos llenas de caricias. Un corazón que lo quisiese como a uno más de la familia. Lucas se merecía que alguien, algún día, llegase al refugio y lo viese. Pero nadie lo vio. Nadie fue capaz de pararse un segundo, y dedicar su atención a aquel pequeño que, en segundo plano, suplicaba con los ojos, pero sin hacer ruido. Sus compañeros se fueron yendo, su mejor amigo, el viejete Nero, encontró un hogar, pero Lucas siguió allí.
En los últimos meses, un voluntario quiso ayudarlo, aunque fuese un poquito, y se lo llevó de "escapada de fin de semana". Esos días, Lucas supo por unas horas lo que era ser feliz, y volvió al refugio con mil historias que contar, sobre paseos al aire libre, mantas en las que acurrucarse, y sobre una pareja que no hizo más que quererlo, aunque fuese un viejete ya pachucho, al que le costaba un poco subir las escaleras.
Lucas se ha ido y nos deja un vacío difícil de explicar. Pero también, miles de buenos recuerdos y un objetivo muy claro: no dejemos, nunca más, que un perrete viva su vida en el refugio. Porque aunque nosotros los queramos con toda nuestra alma, todos y cada uno de ellos merece una familia.
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